¿Amor inocente o pecado? Imagina a un chico que acaba de cumplir 14 años. Debería ser un momento de alegría inocente, un tiempo en el que el mundo parece estar lleno de posibilidades. Pero para él, es el comienzo de la confusión y el aislamiento. Comienza a notar cambios en su cuerpo, sensaciones que no entiende del todo. Una noche, por curiosidad y un extraño deseo sin nombre, se atreve a tocarse. Siente una chispa de placer, algo dulce y extraño. Pero con el paso de los días, comienza a preguntarse: ¿Por qué me siento así? ¿Por qué ciertas personas me hacen querer sentir esto de nuevo?
A medida que crece, las respuestas se hacen más claras, y con ellas, la vergüenza se vuelve más pesada. Las voces a su alrededor – en la escuela, en casa, incluso en los espacios más tranquilos de su mente – susurran las mismas palabras crueles: La gente como tú no es normal. La gente como tú está enferma.
Cuando tiene 17 años, el peso es insoportable. Cada sonrisa se siente forzada, cada risa vacía. No puede dejar de escuchar esas palabras, resonando cada vez más fuerte: Estás mal. Estás roto. Una noche, no puede soportarlo más. Solo, en la tenue luz de su baño, toma la maquinilla de afeitar de su padre. Sus manos tiemblan mientras la presiona contra su cuello, con lágrimas cayendo por su rostro. Está aterrorizado, pero siente que merece el dolor. La punzada aguda de la cuchilla lo sacude, y cuando ve la sangre, el miedo lo paraliza. Pero mezclado con el miedo hay algo más oscuro, una voz que susurra: Esto es lo que mereces. Estás enfermo.
Afortunadamente, el corte es superficial y la noche pasa sin tragedia. Pero las cicatrices – en su cuerpo, en su alma – permanecen.
En los meses que siguen, reúne el valor para enfrentar su verdad. Una tarde, se sienta con sus padres. Su voz tiembla mientras dice las palabras que ha tenido miedo de pronunciar: «Mamá, papá… soy gay.»
Espera amor, comprensión. En cambio, ve el horror en sus ojos. «Te vamos a curar,» dicen. «Buscaremos un doctor. Mejorarás.»
Y les cree. Porque los ama. Porque piensa que saben lo que es mejor. Y porque, en el fondo, todavía se pregunta si tienen razón, si realmente está roto.
Lo que sigue es una especie de infierno silencioso. Doctores que lo miran como si estuviera enfermo. Bancos de iglesia donde se arrodilla desesperado mientras un sacerdote ruega al diablo que salga de su cuerpo. Noches sin dormir llenas de lágrimas silenciosas y días preguntándose si todos a su alrededor ya saben su secreto. Empieza a sentirse como un fantasma en su propia vida: presente, pero no realmente vivo.
Pasan los años, y el chico se convierte en un hombre. Conoce a personas que parecen aceptarlo, que lo hacen sentir que finalmente puede respirar. Por primera vez, comienza a expresarse, a dejar que su verdadero yo se muestre. Pero incluso entonces, los susurros lo siguen.
«¿Por qué tienes que hacer todo sobre ser gay?»
«¿Por qué no puedes simplemente ser feliz y quedarte callado?»
«¿Por qué necesitas tanta atención?»
No lo entiende. Esa gente no vivió su vida. No lloraron por las noches rogando ser normales. No soportaron las miradas frías de los médicos ni las sofocantes oraciones de un sacerdote. No cargaron con el peso de escuchar, una y otra vez, que su amor era una enfermedad.
Durante demasiado tiempo vivió en silencio. Se escondió, enterró su dolor, fingió ser alguien que no era. Pero ahora, sabe la verdad: ser aceptado no es suficiente. Ser tolerado no es lo mismo que ser libre.
Sueña con un mundo donde no tenga que pensar dos veces antes de tomar la mano de la persona que ama. Donde no tenga que guardar sus besos para la privacidad de su hogar porque, en público, podrían provocar odio. Donde el amor sea simplemente amor, no una razón para la vergüenza, no un crimen.
Imagina vivir en un mundo donde tu amor está escondido, donde cada momento de felicidad está ensombrecido por el miedo. Imagina que te dicen, día tras día, que deberías estar agradecido por migajas de tolerancia cuando todo lo que quieres es vivir abiertamente, sin vergüenza.
El chico que se convirtió en hombre ahora sabe que el amor nunca debería esconderse. Sabe que la libertad no es solo sobrevivir: es el derecho de existir plenamente, de amar plenamente, de vivir plenamente. Y sabe esto: ha estado en silencio durante demasiado tiempo.
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