Bélgica no estaba pensada como una gran aventura, solo un pequeño viaje entre otros planes más grandes. Pero como suele pasar con los viajes, terminó siendo mucho más. En pocos días, descubrí una mezcla intensa de cultura, sabor y encanto que hizo que cada momento valiera la pena. Desde la energía de Amberes hasta el ambiente de cuento de hadas en Brujas y la vida urbana de Bruselas, Bélgica demostró ser un país pequeño con un alma enorme.

Como amante de la historia, la arquitectura y, por supuesto, la buena cerveza, encontré en Bélgica una grata sorpresa. Cada ciudad tenía su ritmo y su forma de contar historias. Amberes me impresionó con su mezcla de creatividad moderna y raíces históricas. Hay una energía juvenil en sus barrios, en el diseño, en la moda, pero también una profunda conexión con el pasado. Paseando por su centro histórico, sentía que cada piedra tenía algo que contar. La Catedral de Nuestra Señora, dominando el horizonte, simboliza esa fusión entre grandeza y detalle artístico.

Luego vino Brujas, una ciudad que parece sacada de un cuento. Había leído sobre ella y visto muchas fotos, pero nada se compara con la tranquilidad de sus canales y la arquitectura medieval reflejada en sus aguas. Brujas se siente como un museo viviente: tranquila, lenta, llena de magia. Me encantaba perderme en sus callejones, cruzar puentes pequeños, encontrar tiendas de chocolate o antiguas cervecerías escondidas. Para alguien como yo, que ama la mitología y las historias antiguas, fue como caminar dentro de una leyenda viva.

Bruselas, por otro lado, fue una mezcla de caos, idiomas y contradicciones. Y eso es lo que la hace especial. Entre edificios modernos de la UE se alzan casas antiguas, y entre estructuras de vidrio aparecen murales de cómics. La Grand Place es sin duda una de las plazas más impresionantes que he visto. Rodeado de edificios dorados y antiguos gremios, uno siente que la historia aún respira allí.

Y cómo olvidar la cerveza. Como alguien que ha viajado a Alemania por el Oktoberfest y conoce bien su cultura cervecera, no esperaba quedar tan encantado. Pero la cerveza belga es única. No es solo una bebida; es tradición, pasión y arte en un vaso. Desde un Tripel especiado en un bar acogedor en Brujas hasta una cerveza Trappista oscura en Bruselas, cada trago era una experiencia.

La cultura cervecera en Bélgica invita a relajarse, saborear y conversar. No es cuestión de beber rápido, sino de compartir y conectar. Conocí gente local con la que compartí una cerveza y terminé hablando de rincones secretos y consejos viajeros. Esa conexión humana, esa hospitalidad, hizo que todo fuera aún más especial.

Cada ciudad me ofreció algo distinto: Amberes me retó, Brujas me encantó, Bruselas me hizo reflexionar. Y la cerveza lo unió todo como si fuera la banda sonora perfecta. Incluso después de viajar por Suecia, los Países Bajos o Alemania, este pequeño viaje por Bélgica fue uno de los más intensos y gratificantes.

Me recordó que a veces los viajes más cortos, los que no planeamos tanto, son los que más nos cambian. No necesitas semanas; solo curiosidad, apertura… y quizá una buena cerveza para que las historias cobren vida.