El desfile del Colonia Pride de este año se sintió diferente. No se trataba solo de colores brillantes, música y baile—aunque todo eso estuvo presente con fuerza. Era algo más profundo. Se trataba menos de nostalgia emocional del pasado y más de acción, de plantarse firme y alzar la voz contra la idea de que la homofobia, la transfobia o cualquier forma de discriminación sigan siendo aceptables en nuestra sociedad.

Había una energía renovada en la multitud. Una especie de desafío alegre. Por supuesto, hubo amor y risas, pero también determinación. Este fue un Pride con propósito. Pancartas de protesta ondeaban junto a banderas arcoíris. Cánticos resonaban entre los edificios. La gente no solo marchaba—exigía cambio.

Esta vez, mientras caminaba por las calles de Colonia, rodeado de miles de personas, me di cuenta de algo: yo he cambiado, y también mi relación con esta ciudad. Colonia ya no es solo un lugar donde vivo. Se ha convertido en mi hogar. Una ciudad donde me siento libre, comprendido y seguro. Una ciudad donde puedo crecer, donde quiero desarrollarme más—tanto a nivel personal como profesional. Colonia me ha acogido de formas que nunca imaginé. Y ese sentimiento de pertenencia es poderoso.

Pero lo que hizo aún más especial el desfile de este año fue encontrarme con mi amigo en medio de toda esa energía. Fue un reencuentro espontáneo y emocional. Entre el ruido y la celebración, nos encontramos, y ese abrazo—largo y apretado—fue todo lo que necesitaba en ese momento. No hizo falta hablar mucho. Nuestras miradas lo dijeron todo. Estábamos ahí. Estábamos orgullosos. Éramos parte de algo más grande que nosotros.

Y mientras seguíamos caminando juntos, vi algo que llenó aún más mi corazón: personas heterosexuales marchando a nuestro lado. Amigos, hermanos, padres y completos desconocidos que no se identifican como LGBTQIA+, pero que aún así estaban allí, animando, sosteniendo pancartas, pintándose la cara con arcoíris y alzando sus voces. No solo celebrando, también protestando. Su presencia envió un mensaje poderoso: ser aliado no es algo pasivo. Es algo visible, ruidoso y esencial.

Ver a aliados hetero realmente involucrados, no por publicaciones en redes sociales ni por cumplir con una cuota de diversidad, sino porque realmente les importa—eso es lo que me da esperanza. Cuando ves a un padre cargando a su hijo sobre los hombros, ambos con capas arcoíris; cuando ves a un grupo de adolescentes hetero gritando “¡El amor es amor!” con todas sus fuerzas; cuando pasas por parejas mayores aplaudiendo desde sus balcones con pancartas que dicen “No hay Pride sin protesta”—sabes que el movimiento está creciendo. Y es hermoso.

Pero no todo el mundo lo ve así. Aún duele escuchar a personas reducir el Pride a “un circo” o burlarse de quienes luchan por visibilidad e igualdad. Comentarios así pueden parecer pequeños, pero muestran lo mucho que aún falta. Por eso fue tan importante el Pride de este año. Nos recordó que la lucha no ha terminado—no hasta que las personas LGBTQIA+ estén seguras, respetadas y aceptadas en todas partes. No solo en Colonia, sino en cada pueblo, cada escuela, cada lugar de trabajo, cada familia.

Colonia Pride 2025 fue más que una fiesta. Fue una declaración. Una proclamación colorida, fuerte e inquebrantable de que estamos aquí, de que importamos y de que no vamos a dar ni un paso atrás. Me recordó que hogar no es solo donde vives—es donde te ven, te celebran y te apoyan. Y quiero que otros—especialmente quienes sienten que no pertenecen a ningún sitio—sepan que existe un lugar así. Un lugar donde la diversidad no solo se tolera, sino que se abraza. Donde ser tú mismo no es un riesgo, sino un derecho.

Quiero que la gente vea a Colonia—y a Alemania—como yo la veo ahora. Como un lugar de posibilidades, de progreso y de orgullo. Un lugar donde la palabra “diferente” no se teme, sino que se celebra. Un lugar donde el Pride no se esconde 364 días al año, sino que se vive cada día.

Porque el Pride no es un circo.


El Pride es coraje.


El Pride es comunidad.


El Pride es hogar.