Middelburg es la ciudad donde, un día, me encontré perdido entre los árboles. Me senté en silencio y escuché el viento. Me susurraba como un amigo. Hablamos durante mucho tiempo, solo el viento y yo. Sentí que nos hicimos cercanos, como viejos amigos. Pero luego el viento se fue, soplando hacia el norte.

Más tarde volvió, lleno de historias de lugares lejanos. Jugaba con mi pelo y me hacía sonreír. Pero justo cuando lo llamé amigo otra vez, volvió a desaparecer.

Me cansé de esperar sentado, así que salí del bosque y caminé por las calles de la ciudad. Vi pasar a la gente, pero también eran como el viento: estaban un momento, y al siguiente ya no. Caminé por pueblos y ciudades, observando personas y edificios. Entonces, algo llamó mi atención: los canales de Middelburg. Se movían lentamente por las calles, tranquilos y vivos al mismo tiempo.

Middelburg es una ciudad pequeña en la provincia de Zelanda, en el suroeste de los Países Bajos. Hace mucho tiempo, en el siglo XVII, fue una de las ciudades más ricas del país. Fue un importante centro de comercio durante la Edad de Oro de los Países Bajos. Muchos barcos de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales (VOC) salían desde Middelburg, navegaban hacia Asia y traían productos como especias y té.

Hoy en día, Middelburg es más tranquila, pero los canales todavía están allí. Reflejan las casas antiguas y los cielos pacíficos. La historia de la ciudad aún se puede ver fácilmente. La torre Lange Jan, uno de los edificios más altos de los Países Bajos, vigila la ciudad. Desde lo alto, se pueden ver los tejados rojos de Middelburg, los árboles verdes y muchos canales.

Mientras caminaba por las calles, disfrutaba de la belleza y la tranquilidad. Pero pronto empecé a echar de menos el bosque. Echaba de menos las sonrisas verdaderas de los amigos, esos sentimientos cálidos que las ciudades y los desconocidos no podían darme.

Así que volví al bosque, donde el viento me habló por primera vez. Allí sentí algo real, algo honesto y verdadero. Porque al final, lo más importante no siempre es la ciudad o su historia. Es la sensación de tener a alguien a tu lado. Ese sentimiento puede calentar el corazón más que el sol del verano.